Vicente:
Tengo entendido que esta es la segunda oportunidad en que resides en Christchurch, Nueva Zelanda ¿Qué te trajo a vivir aquí a Christchurch, a miles de kilómetros de distancia de Chile, tu país de origen?
Ana:
Después de un año y medio viviendo en este lugar, todavía me sorprendo de estar aquí. No sabría definir qué nos trajo. Teníamos un recuerdo de este lugar, que ya empezaba a diluirse con el paso de los años. Christchurch era para nosotros, un capítulo del pasado. Sin embargo, brotó un impulso, una idea potente que nos movilizó, algo totalmente inesperado. Un hecho que aún considero extraño, viniendo de una persona planificada y estructurada, como soy yo. Al pensar la idea de dejar Chile, surgieron infinitos temas por resolver, era tan larga la lista de condiciones que tenían que configurarse, que en algunos momentos dudé. Sin embargo, paso a paso, esa lista empezó a disminuir y todo empezó a fluir. Cuando se concretó la partida, sentí una profunda tranquilidad, algo me decía claramente que era tiempo de dar un paso.
No fueron solamente nuestros méritos, tengo la certeza de que una fuerza superior nos trajo nuevamente hasta aquí.
Vicente:
¿Cómo ha sido tu relación corporal y visual con este nuevo paisaje?, ¿Te recuerda algún lugar de tu país?
Ana:
Dicen que Chile y Nueva Zelanda estuvieron conectados en algún momento de la prehistoria, eso explica la similitud del paisaje y su vegetación, especialmente con la zona austral de nuestro país. Sin embargo, personalmente siento una conexión entre este lugar y la Isla de Pascua, su estepa, su aire fresco y húmedo, la imponente presencia del mar, el cielo inmenso, su aislamiento, una sensación corporal y mental de estar lejos de todo. Tanto en la Isla de Pascua como aquí, se percibe el entorno como protagonista, el ser humano, como un personaje secundario. Las nubes, la brisa, la lluvia, las olas y los pastos elevan su voz, y para poder escucharlos, he disminuido la marcha. A paso lento, desde mi pequeñez, me enfrento diariamente al insondable paisaje que me rodea.
Vicente:
Por lo que he percibido en las fotos que me enviaste, tu nueva propuesta tiene que ver con el paisaje, con el territorio insular donde actualmente resides, un paisaje húmedo, acuoso, de ahí el uso de la acuarela, un paisaje sintético y místico a la vez, como si todo estuviera flotando o a punto de desvanecerse ¿Cómo llegas a ese límite de intimidad y proximidad con el paisaje?
Ana:
Pienso que llegué a un límite de intimidad con mi propia naturaleza. Los primeros meses aquí en Nueva Zelanda, me sentí flotando, angustiada y perdida, pisando tierras movedizas. Fue esa inestabilidad la que me llevó a experimentar, la acuarela me pareció el medio apropiado, rodeada de agua por todas partes, fue una manera de aceptar mi propia realidad. Probé con distintos papeles, acuarelas, mucha agua, poco pigmento, me empezó a interesar esta obra a penas perceptible. Las pinceladas se transformaron en una necesidad, mi mejor compañía, mi espacio y mi refugio. Así fueron concebidos estos territorios, estos pliegos de papel acogieron mis días oscuros y mis días luminosos, mis incertidumbres y mis certezas.
Vicente:
Me da la impresión que estas últimas obras sobre papel fueron hechas desde el interior de tu taller, en donde pareciera que observaras el paisaje exterior desde una ventana y consideraras la cuadrícula del espacio de ésta, para rearmar algunas de tus composiciones y darle importancia particular a cada una de estas obras. ¿La fotografía y el dibujo in situ forman parte del proceso de tu obra?
Ana:
Admiro profundamente la fotografía y el dibujo, sin embargo, son disciplinas ajenas a mi práctica. Mi taller está en un segundo piso y tengo una pequeña ventana, es mi luz y mi guía. Me interesa la luz que entra, su temperatura y su peso, una luz que va cambiando dependiendo de la hora del día, el clima y la estación del año. Trabajo con pocos elementos, un solo color, un solo pincel, me voy despojando para llegar a lo esencial. Y así comienzo, día tras día, en silencio, sin saber hacia dónde va, los resultados son siempre un misterio.
Vicente:
Para llegar a un resultado hay que disuadir las mil dudas que tenemos antes, los miedos humanos y los del artista juntos, los que parecen alejarse al encender la luz de la confianza hasta que vuelven a reaparecer, pero benditas dudas las nuestras que nos elevan a esa inconformidad permanente que nos hace replantearnos algo distinto cada día ¿Cómo disipas tus dudas?, ¿Estás conforme con tus logros actuales?, ¿Cuáles son tus sueños futuros?
Ana:
¡Benditas dudas que nos mantienen vivos! Trabajar con mis manos, ese es el mantra que apacigua mis dudas y miedos más profundos. Día tras día vuelvo a empezar, buscando el vacío, esclarecer, despejar, aquietar la mente, … liberarla de pensamientos, de imágenes y de palabras. Después de varios años en esto, me he dado cuenta que es en la repetición de un simple acto cuando experimento ese anhelado estado mental. Y así, en un ciclo fluctuante y en constante movimiento cada día vuelvo a “hacer”, es mi hábito infinito. Creo que cuando alcanzo cierto grado de confianza con el trabajo, es cuando quiero presentarlo y exhibirlo al público. Siempre hay dos evaluadores adentro de mi misma, el eterno inconforme y el optimista, en esta oportunidad el optimista ganó la batalla, en junio se presentará “Tides”, en PG Gallery, Christchurch. Pensando en el futuro se me vienen varias ideas, podría ser tema para otra conversación,… por el momento, te confieso lo primero que se me viene a la mente: continuar “haciendo”, y estar siempre atenta, sensible y permeable a la belleza que me rodea.
Vicente:
Por último, presiento que esta determinación libre y privilegiada de vivir por un tiempo en Christchurch te ha permitido asentarte de una manera distinta a la de un inmigrante, incluso extranjero, porque te posesionas como artista del lugar, con el cuerpo, con la mente y la mirada transformando esa experiencia humana en algo mucho más profundo con el lugar que habitas. ¿Cómo logras atrapar en tus obras la atmósfera del lugar y a la vez sintetizar la inmensidad de esos paisajes?
Ana:
Nueva Zelanda es un país multicultural, en donde diariamente te enfrentas a lo distinto. Esa diversidad que se ve en el paisaje, es una diversidad que también se ve en las diferentes culturas que conviven y eso genera un clima tolerante y respetuoso. Es en ese ambiente amplio, donde todos y todas tenemos un espacio, donde he tenido el privilegio de habitar. Como artista me he sentido liviana y libre. La naturaleza me traspasa y me sobrepasa, no intento capturarla, mis ejercicios son insignificantes en relación a ella, me queda mucho por recorrer.