Por Soledad Villagrán Varela

[extracto de Revista V&D, Diario El Mercurio]



A pesar de haber estudiado diseño, Ana Catalina Vicuña le quebró la mano al destino y se convirtió en artista. Una de bajo perfil y con una obra delicada, en la que busca plasmar la serenidad que transmite la naturaleza. Sus últimas creaciones, de “imperfecta” factura, son una mezcla de grabados, hilos y telas superpuestas que realiza en su taller, en Rosario.

En su taller, luminoso y sumamente ordenado, se concentra Ana Catalina Vicuña (30) durante mañanas completas y, a veces, también en las tardes, mientras revolotean entre medio sus hijas, María (4) y Clara (1). Estudió diseño en la UC, pero a ella siempre la persiguió el tema artístico, así que al egresar tomó cursos de grabado y pintura con Cristián Abelli, “sólo como hobbie”; y en paralelo creó, con su amiga Francisca Lagos, “Enfoque Diseño”, firma en la que recibían encargos de gráfica.

Aunque el proyecto avanzaba bien, Ana Catalina lo dejó el 2002 para recién casada acompañar a su marido, el ingeniero forestal Arturo Bascuñán, a Nueva Zelanda. No sabía nada de inglés y le preocupaba dejar su carrera de lado, pero en pocos meses aprendió el idioma y tuvo la suficiente libertad como para dedicarse a experimentar definitivamente con pinceles y papeles…Tanto le gustó que hoy asegura siempre debió haber estudiado Arte.

Rudolf Boelee, artista holandés, fue su tutor por ocho meses. Junto a él buscó referentes, se empapó de la labor de artistas contemporáneos y empezó rápidamente a “purificar” lo que ya venía haciendo. Sus investigaciones quedaron plasmadas en la exposición de pintura “Vida bajo un microscopio”, que hizo en The Arts Centre en Christchurch, donde vivía. En ella reflejó el interés que le despertaron las imágenes ampliadas de moléculas de hojas y cortezas…”Pude ver lo complejo y lo maravillosa de la naturaleza”, comenta la artista, que hizo grandes acrílicos sobre tela con cuadraditos, que para muchos parecían vistas aéreas. Esta dualidad “entre lo que se ve y lo que no se ve; lo concreto y lo trascendente” ha sido tema constante en su producción, en la que siguió incorporando distintas técnicas y formatos.

“Me fascina la relación que se da entre los elementos, de lejos hay en apariencia una composición perfecta, pulcra, casi aséptica, y de cerca ves un universo de imperfecciones, no hay una línea igual a la otra, hay accidentes, errores, vida”, sostiene, quien a fines del 2004 llegó de vuelta a Chile con su marido y una muy pequeña María. Estuvieron los primeros meses tratando de asumirse en Santiago después de haber vivido en una ciudad con mar, pero luego se instalaron en Rosario, cerca de San Fernando. Para ella ha sido una opción perfecta vivir “puertas afuera” de la capital, donde igual toma un par de días a la semana clases de grabado en Taller 13 y una tutoría con el artista Arturo Duclós. En el campo tiene tiempo suficiente para decantar lo que aprende. Allí, en su taller (teléfono 092804422; email:acvicuna@gmail.com) también practica yoga, “me produce una sensación que busco transmitir en mi obra, de vacuidad de la mente, que me lleva a realizar composiciones puras y simples. Mi trabajo es totalmente abstracto”, dice. Y ahora, le ha sumado telas. Partió pegando pedacitos de lino sobre lino (que presentó en una exposición en Casas de Lo Matta, el 2006), hasta que sacó del entretecho de la casa de su mamá una máquina de coser de unos 30 años. La señora Yaya, su vecina, le enseñó a usarla. Por debajo de la aguja pasó también papeles con sus aguafuertes y le pareció genial el efecto de los hilos que iban quedando atrapados. Así, sus creaciones se han convertido en un juego de superposiciones de géneros semitransparentes y recorridos de tramas y puntadas, sobre láminas impresas. 







EL MERCURIO / V&D
Noviembre 2007 / Chile


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